Literatura

Basajaunarte nace para promover y divulgar cualquier tipo de manifestación artistica y cultural, creando espacios y fomentando la participación.


Puedes hacerte socio en la dirección de correo del blog y empezar a publicar tus relatos en esta sección.



Índice de autores







Autor: María del Carmen Montes

 Nació el 28  de setiembre de 1943. Estudió diseño comercial y luego pintura en la academia de arte de San Alejandro (Cuba). 

 Estuvo casi 20 años de ama de casa dedicados a la familia y sin ejercer nada de lo que estudió hasta que su marido se marchó a los Estados Unidos en 1980. A partir de ese momento se dedicó a estudiar todo lo que se le ponía por delante: hizo cursos de filosofia, estética(en referencia al uso del lenguaje), arquitectura, etc.

 En la actualidad está haciendo uno de guionista de cine y televisión, además de trabajar de restauradora de pinturas murales de las casas coloniales de la Habana Vieja, realizando innovaciones en el método de su conservación. 

 También ha publicado un disco de canciones infantiles y series de acuarelas.


Socio desde: 18/11/2010
Sitio web:
Obras publicadas: 


El árbol del parque


   Hoy se me ocurrió pensar que a veces me parezco al eucalipto del parque. Pasa un ciclón, viene otro y cada uno de ellos lo mutila un poco. Sin embargo, él siempre recto, sigue retoñando.
   Por cada herida, nuevas hojas vienen a completar sus ramas.
   Sólo allá en lo más profundo de sus raíces, está ese sabor amargo por lo que ha perdido, por lo que no vuelve.


                                                                                                                     (2002)




El cadáver inalterable


   Miren que hace tiempo, ya no me acuerdo cuando fue exactamente, pero la pérdida le causó consternación y un sentimiento de impotencia ante lo irreparable.
   Aún así, el cadáver se mantiene incorruptible, sin alteraciones. Desde arriba se ve y no ha cambiado nada en todo este tiempo, parece que el agua no lo daña.
   De veras, no recuerdo cuánto tiempo ha pasado.
   Sólo sé que tuvo que comprarse otro destornillador, porque éste sigue en el fondo de la cisterna, ahogado


                                                                                                                     (2001)




El Ocio


   Dos ociosos están sentados en un parque, cada uno en un banco y se miran de pronto.
   Dice uno:
   -¿Qué, matando el tiempo?
   Responde el otro:
   -No, dejándolo morir.


                                                                                                        (Mayo 30 2008)




Sin Problemas


   En tiempos de escasez, el agua de lavar las patadas, sirve para enjuagar la cafetera. Si luego el café sabe a tierra, no importa. Es nuestra tierra. 
                                                                                                                        (2001)




Tonto el que no aproveche una oportunidad. Ser oportunista es otra cosa.


                                                                                                                        (2007)


Vuelva el que tenga un sentimiento oculto
algo que quiera recuperar,
pero no vuelva el que quiso irse...
¡Alas de seda y a volar!
                                                                                                                         (1995)









Autor: Eladio Bulnes Jimenez


 Nació en 1965, en Ibahernando, provincia de Cáceres, y ha pasado la mayor parte de su tiempo viajando y dedicado a la artesanía.

Como artesano, ha expuesto en numerosos certámenes regionales y nacionales, aunque sus orígenes fueron callejeros, dedicándose a la venta de sus propios productos siempre de manera directa.

Actualmente reside en Extremadura, en uno de esos pueblecitos que nadie conoce y que ni siquiera aparecen en los mapas, con su mujer, sus perros y una vieja furgoneta, convinando de esta manera dos viejas pasiones: la artesanía y la literatura.

Socio desde: 11/08/2010
Sitio web: El cuento nuestro
Obras publicadas: Novela (varias)




NOCTURNO


  Aflora el lago por el norte. Como de la nada. En una cuesta de piedra que termina justo en una caída a pico desde la cima de  algo que se parece al prepucio de un gigante. Luego discurre el agua ya empantanada entre dos hileras de arboles extraños, arboles que parecen sacados de alguna película de misterio, por un campo inundado que desde lejos y vagamente es un campo de  dedos que imploran hacia el plomo insulso del firmamento. Después de varias quebradas, y siempre sin dejar la pendiente que trae desde el principio, desaparece la lengua de agua por una grieta y ya no se la vuelve a ver más. Aunque bajes por el farallón que separa esa zona de la planicie que arranca desde la base cuarcítica y se pierde en la distancia. Y eso es todo. Luego ya no hay nada. Piedras, polvo y cansancio de siglos. Pero estoy ya en casa.


    Siempre que vuelvo, me detengo sobre esta misma piedra. Y contemplo los milenios de solapado trabajo del agua. Exploro cada recoveco y cada grieta horadada que se va formando en el lecho de esa agua silente que parece estremecerse mas que andar a trompicones por los canchos de granito. Me paro aquí mismo y observo mi reflejo en la transparencia nunca en reposo. Hasta que me canso y entonces emprendo de nuevo la marcha. Hacia abajo, siempre hacia abajo. Hacia donde se que puedo por fin entrar a esta especie de caverna. 


    No es fácil orientarse por este laberinto. Todos los rincones se asemejan. Todas las direcciones parecen la misma, y, no obstante, con un poco de atención y algo de detenimiento, podría cualquiera desentrañar el misterio de esta madeja. O quizá cualquiera no. Quizá lo que haya que tener sea ese poquito de paciencia y esta especie de mapa que llevo tallado a fuego en alguna parte por el interior de mi cabeza. Y aun así es fácil que una galería se te escape, o que una sombra te confunda. Al final todo se reduce a lo mismo. No es complicado. Pero la resolución a veces te retrasa el tiempo justo para oír el repiqueteo del peligro en las simas tenebrosas que atravieso.


    Es muy fácil imaginar que tengo alguna especie de compañero que a saltitos avanza entre las sombras, acompasando la cadencia de mis pasos resonando por la galería. Simulando simas emboscadas en medio de mi trayectoria. Atrayéndome sin remedio a la hecatombe. Descomunal caída. En silencio. Dando manotazos en las aristas de las rocas. Machacado finalmente contra el suelo treinta metros mas abajo. Pero es solo una presencia. Dudosa. Una intangible amenaza que parece dispuesta a saltar sobre tu espalda a poco que te detengas. Por lo que es de obligado cumplimiento la pronta salida de este tramo. Y no muy lejos, virando poco a poco sobre el eje de un saliente, la luz, como venida del interior de mi persona, me reclama hacia la izquierda, para dar un salto y que pueda caer de manos sobre esta especie de musgo cuasi fosforescente que tapiza por aquí cada una de las piedras.


    Suena algo. De repente. Un ruido amortiguado como de pasos. Raspar de uña. Golpe algodonoso que sustrae a mi oído su procedencia. Pero sé lo que lo produce. Sé el pataleteo desesperado por llegar hasta donde yo estoy, parado, cansado por la noche tan dura que acaba de terminarse, pero satisfecho. Con una gran pieza de carne sanguinolenta colgada del belfo. Porque lobo soy. Y vengo de caza.